Por lo general, una catástrofe no deja al desnudo sólo al Estado, sino que también a la sociedad a la que golpea. El Covid-19 atacó en todas las geografías, pero se encarnizó con los países más frágiles. Argentina tenía las defensas bajas. Ahora, por decirlo de alguna manera, los argentinos estamos asistiendo a la premier de una película de nosotros mismos.
Desde que los seres humanos empezaron a dejar un registro de sus pensamientos a través del arte y la literatura, sabemos que siempre nos ha acompañado la posibilidad de que algún acontecimiento provoque nuestra extinción, la amenaza de una hora final. Terremotos, huracanes, volcanes, guerras, pestes, hasta accidentes nucleares, crisis políticas y económicas; la incertidumbre siempre latente.
En términos generales, de Heródoto a la fecha todos parecen más o menos coincidir en que uno de los principales requisitos que debía poseer un hombre de Estado era una técnica probada. Se referían a la destreza demostrable. Digamos que a la habilidad en el oficio de la cosa pública.
Otra de las condiciones era el don de la palabra. En un mundo de incertidumbres, el líder debía mostrar un futuro, un plan, un camino. Y con una retórica lista para tormentas.
En resumidas cuentas: un especialista en las cuestiones de la polis que sepa trasmitir previsibilidad y una dosis de certidumbre en un mundo a la deriva. El gabinete del libertario Javier Milei pareciera no reunir ninguno de esos dos principios.
Con la actitud de quien apuesta: al todo o nada, el clan Milei, a pocos días de la llegada a la Casa Rosada, soporta cacerolazos, manifestaciones y miles de llamados a una huelga general. Un clima de polvorín si se arrima el protocolo de la ministra Patricia Bullrich.
Días atrás, un funcionario del Gobierno provincial me relataba los pormenores de la relación con las autoridades nacionales, la preocupación del gobernador Hugo Passalacqua, además de los aprietes del lobby porteño ligado a las grandes
industrias yerbateras.
“El ingeniero la vio venir, ajustamos antes, hay seis meses para pagar los sueldos en tiempo y forma”, dice la fuente, alguien de Hacienda. El ingeniero no es otro más que Carlos Rovira, que ahora capitanea la crisis desde el llano y se puso al frente de las negociaciones con los liberales porteños.
Mientras tanto, Oscar Herrera Ahuad se niega a tomarse vacaciones. El exgobernador quiere tratar cuanto antes la creación del Instituto Misionero de la Yerba Mate, una iniciativa que propuso Rovira esta semana para “defender la economía y la rentabilidad de nuestros pequeños y medianos productores yerbateros”.
En la Legislatura se cree que se podrían presentar otros proyectos anticrisis. La Renovación Neo también quiere sostener el ideario de “solvencia y previsibilidad” en las cuentas provinciales. Buscan soluciones tecnológicas frente a la crisis.
En el menú de ideas hay un proyecto para hacer uso de una ley sancionada hace dos años sobre criptomonedas. “Hay que poner una mirada inteligente sobre las herramientas que ya existen, además de seguir innovando. Tenemos el concepto de economía digital, que ya de por sí es liberal, participativa, sustentable. Nuestro valor agregado es que siempre vamos a apostar por lo nuestro”, dijo un joven funcionario de la Neo que prefiere el bajo perfil.
La certidumbre frente la incertidumbre. La solvencia demostrada sobre el terreno frente a la improvisación. Otra vez dos modelos. ¿Por qué hay sociedades y estados que ante las catástrofes reaccionan mucho mejor que otros? ¿Por qué algunos se desploman, la mayor parte de ellos resisten y otros salen fortalecidos? ¿Por qué en ocasiones es la propia política la que produce el desastre?
La clase dirigencial no aparece de la nada ni por obra y gracia del Espíritu Santo, nace de sus propias raíces sociales. Hoy simplemente estamos pagando nuestra apatía, nuestro cainismo, nuestra ignorancia.
*Fernando Oz, escritor, periodista y licenciado en Relaciones Internacionales. Actualmente es Editor General de Política del Grupo Atlántida.
Foto de portada: archivo de Sixto Fariña.
