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Written by 9:52 pm Notas de opinión

Entre la imagen, la salud y la vida

Por Mili Ferreyra

El auge de las cirugías estéticas existe hace décadas, pero antes eran unas pocas las que podían acceder al quirófano. El medio televisivo era un negocio de exposición que las figuras aprovechaban para dar a conocer un sinfín de tratamientos. En tiempos de redes sociales, las posibilidades de la pantalla se multiplican y el potencial impacto de los patrones de belleza está a un click de nuestro alcance. En este contexto, las repercusiones de la trágica muerte de Silvina Luna despertaron un interrogante que nos interpela a todos: ¿Estamos dispuestos a asumir el riesgo de recortar años de nuestras vidas por conseguir una imagen “ideal”?

Fue en el año 2001 cuando Silvina Luna se hizo conocida por enamorar las cámaras del popular reality show, “Gran Hermano”. Con tan sólo 21 años estaba decidida a ser famosa. Tras su salida de la casa, continuó desfilando en diferentes programas hasta ser una de las figuras más importantes de Gerardo Sofovich, quien fuera el más influyente productor y director del teatro de revista. El condimento principal de sus producciones eran los elencos plagados de mujeres voluminosas y muy atléticas, como diosas salidas del olimpo. No era secreto que muchas de esas divas había pasado por el quirófano para hacerse retoques que les permitiesen alcanzar los estándares de una “figura deseada” en un ambiente verdaderamente competitivo. El objetivo no era distinto al que tenía Silvina: una mujer joven, del interior del país, en busca de conquistar las marquesinas más importantes de la temporada.

La noticia de una muerte en estas circunstancias genera incomodidad y tristeza. Las redes sociales hicieron eco de la noticia. La exigencia mediática y las propias inseguridades ganaron protagonismo en las decisiones de Silvina, con ese afán por permanecer en un ambiente del cual anhelaba ser parte. En diferentes entrevistas, meses previos a su internación, había asegurado sentirse insegura en aquella época, e incapaz de reconocer la personalidad con la que cautivaba a sus fanáticos. “Buscaba la valía fuera de mí”, dijo la actriz el domingo 21 de mayo de este año en el programa La Peña del Morfi. En dicha entrevista se detuvo también en su pensamiento antagónico actual, en contraste con el de aquella joven veinteañera: “Después de lo que me pasó, no tengo ganas de hacerme nada que no tenga que ver con aceptar mi cuerpo como es”.

Otro caso que tomó gran relevancia es el de la influencer chaqueña Luciana Milessi, quien aprovechó sus redes sociales para reflexionar sobre la imagen con sus seguidores. Con tan solo 25 años, Luciana decidió someterse a diferentes cirugías estéticas, una de las cuales  le provocó una parálisis facial. En uno de sus posteos profundiza sobre la relación que tiene con su propio cuerpo: “A mí siempre me costó el amor propio. A los 17 años tuve anorexia nerviosa, pesaba 40 kilos y no comía nada (…) me costó mucho recuperarme”. Sobre el final del mensaje sentencia: “van metiéndonos en la cabeza que siempre tenemos algo mal, que siempre tenemos que cambiar algo nuestro”.

Las figuras de mayor popularidad generan toda clase de emociones, tan fuertes como el amor y el odio, pero ¿qué hay de las personas desconocidas que siguen a estas estrellas; los que sin un séquito de fans, igualmente se someten a este tipo de intervenciones y de las que se desconoce el impacto nocivo sobre su salud? El deseo por arribar a los patrones de belleza imperantes no es excluyente de las personalidades públicas. Los “retoques” y cirugías estéticas llegaron para quedarse y el panorama no demuestra que la demanda se minimice a futuro. Rinoplastias, liposucciones e implantes son las intervenciones más solicitadas, así como implantes musculares, faciales y corporales; todo sea por alcanzar la tan deseada “armonización”.

El poder de la estética lo sostienen quienes insisten en la oferta: “¿qué te harías?”, o “si pudieras hacerte algo, ¿qué sería?”. La lista de respuestas es extensa y las posibles explicaciones están a la vista. El incremento de redes sociales y la democratización del acceso a la información conlleva este oscuro costado: la odiosa comparación con los otros y el ansia por ser validados. En este marco, la autocrítica es más hostil aún para las personas más vulnerables.

Se habla de “violencia estética” a esa “presión desmedida para que las personas, especialmente las mujeres, consigan encajar con el canon de belleza impuesto, aun si eso supone poner en riesgo su salud física y mental”, explica el psicólogo Nahum Montagud Rubio, conocido por acuñar el término “Canon de Belleza”, y que más tarde explica la doctora en sociología Esther Pineda en su libro Bellas para morir: estereotipos de género y violencia estética contra la mujer. “Hoy en día hay dos cánones de belleza. Por un lado, nos encontramos las pin-ups voluptuosas y erotizadas y, por el otro, tenemos las modelos extremadamente delgadas. Ambos cánones son difundidos por toda clase de medios, como el cine, la televisión, la publicidad, las revistas, las redes sociales y la pornografía.

Hasta los dibujos animados y los videojuegos”. Hay cánones, también, masculinos, y si nos detuviésemos a analizarlo con mayor profundidad, seguramente encontraríamos estándares inalcanzables para todos. Solo hace falta contemplar el plano social como una imagen configurada por diminutas piezas de un rompecabezas de la que todos somos parte para construirlos y deconstruirlos –si podemos. Sin embargo, urge que repensemos nuestra relación con los otros, con los medios y, sobre todo, con nosotros mismos. Nadie está exento de las opiniones del resto, por más inofensivas que sean estás. Un simple comentario “qué flaquita que estás” o “¿aumentaste de peso?” pueden ser tan perjudiciales y lapidarios como observaciones en apariencia más violentas; suficientes como para conducir a alguien a tomar decisiones poco saludables, a veces extremas y, como en el caso de Silvina Luna, fatales. Estos son tiempos para reflexionar en cuán fuerte puede llegar a ser el poder de nuestros comentarios; este es un buen momento para encontrarnos con el otro desde otro lugar.

(*) Conductora de Canal 12.

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