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Los argentinos y el fenómeno social del miedo

Por Fernando Oz

Hay quienes dicen que el sentimiento positivo moviliza la economía. Se los juro. “No” sé si será así, pero de ser así habría que hacer algo con el “no” que se difunde como un virus altamente contagioso y amenaza en convertirse en epidemia. Los argentinos venimos desarrollando el “no” en la punta de la lengua desde hace décadas, lo anteponemos hasta cuando queremos decir exactamente lo contrario. No, está bien, lo hacemos como vos decís. No me digan que “no” es cierto, ustedes no lo ven.

Quién quisiera invertir en un país que se curve bajo el imperio de un adverbio de negación: contra esto, contra aquello, contra cualquier opción. Algo de eso debe haber, en lo personal sigo con el “no” me consta, pero fíjense que uno de los primeros en abrazarse a la teoría que dice que una de las mayores motivaciones de la búsqueda de la riqueza es el deseo de promover admiración en los demás, fue ni más ni menos que Adam Smith. Lo que significa que el sentimiento que moviliza la economía es positivo.

Los libertarios dicen “no”, la oposición dura dice “no” a todo, la oposición blanda dice “no” a tal o cual cosa. En las calles todos se suman a esa gran ola que nos traga las horas y los traviesos algoritmos también cumplen con su rol en el arte de la colonización. Hasta aquí pareciera que a esta crítica también se la lleva la corriente de negatividad, aunque en realidad se encuentra en proceso de convertirse en un “si”.

El enojo acumulado se convirtió en un fenómeno de miedo social. Nuestro “no”, en gran medida, es miedo. Ahora la pregunta es qué hacemos con él, las respuestas que dan los libros es dominarlo. La clase dirigente es la primera que debería autocontrolar esa sensación. Todos temen perder lo que les toque, lo que resulta lógico, pero que no cunda el pánico.

Franklin D. Roosevelt tiene el récord de haber sido el presidente de Estados Unidos que más tiempo estuvo en su cargo. Llegó a lo máximo de la Casa Blanca en 1933, en medio de la Gran Depresión, una crisis financiera que estalló cuatro años antes y golpeó de lleno a la economía estadounidense, afectó a todo el mundo y se prolongó durante toda la década. Eso no fue todo, después vino la Segunda Guerra Mundial. En su primer discurso como presidente, sabiendo de la compleja coyuntura del momento y suponiendo que podía empeorar, dijo sin temblar: “lo único a lo que hay que tenerle miedo es al miedo”.

Lo que Roosevelt hizo fue inocular una dosis de coraje social ante la posible fatalidad. Que el desastre no nos mate. No es una postura negativa, todo lo contrario. Roosevelt murió en 1945, mientras transcurría su cuarto mandato, cinco meses antes del inicio de la paz. Desde su silla de ruedas, el mandatario mantuvo el temple hasta el último momento. Era optimista, además, valiente.

Claro que la cuestión del control del miedo es antiquísima. Los estoicos, por ejemplo, se ocuparon mucho del asunto. Séneca, personaje lleno de contradicciones, hablaba de los miedos infundados y explicaba que sufrimos más a menudo por la imaginación que por la realidad, o algo por el estilo. Epicteto, un esclavo que consiguió su libertad y luego se dedicó a la filosofía, decía que “los hombres no tienen miedo de las cosas, sino de cómo la ven”. Y el emperador Marco Aurelio escribió en sus apuntes, lo que después fue el excepcional Meditaciones, que “un hombre no debería tener miedo a la muerte, debería tener miedo a no empezar nunca a vivir”.

El miedo es el deseo de evitar un mal y ese “no” que se difunde entre nosotros es una suerte de alarma social que hace ruido como respuesta a los males que presentismos. Como cuando suena la sirena en una guerra, todos saben que un mal puede ocurrir y corren a los refugios, nadie sabe muy bien qué puede pasar, tal vez nada, pero hay miedo.

El Gobierno nacional teme que haya un estallido social antes que la economía se encarrile y muestra los dientes con el despliegue de fuerzas de seguridad, además de amenazar a las provincias. El Gobierno provincial teme que Nación no pague sus deudas. Los empresarios temen quebrar y por eso no invierten. Los empleados temen perder el trabajo y los desocupados temen no encontrarlo. Y pareciera que todos tememos a animarnos a tener un país de pie.

En lo económico, todos sabemos, que, en definitiva, donde el riesgo promete menos ganancias que atesorar, el capitalismo se evapora. Será que, si evitamos el sentimiento negativo de miedo frente a la incertidumbre, la economía pueda mejorar. No lo sé. Por lo demás, no hace falta huir hacia ningún lugar, ni meterse en ningún bunker.

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