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El drama oculto de los niños perdidos de Colombia

El padre estaba amenazado por guerrilleros. Y había huido. Le envió un avión para que su esposa e hijos escaparan de la aldea donde vivían en el Amazonas. Y el avión cayó. Su mujer falleció. Y los chicos deambularon 40 días en el monte hasta ser hallados.

Por Mario Pernigotti

El hombre vivía en medio de la jungla. Pero en esa pequeña comunidad -dentro de la vastedad de la selva- era un líder. Manuel Ranoque operaba con el pomposo cargo de “Gobernador del resguardo indígena de Puerto Sábalo”, un lugar perdido en la inmensidad de los montes amazónicos que hasta con Google map cuesta hallarlo. Hasta que un día, los ex guerrilleros del FARC comenzaron a amenazarlo. No lo querían más. Y lo iban a matar. A él y a su familia.

Manuel Ranoque

Manuel Ranoque desapareció. Se lo tragó la tierra (o el monte). Y mandó avisar a su esposa que enviaría un avión para salir de allí. Y así fue. Cuando se juntaran irían a Bogotá. Allí en la gran ciudad capital iniciarían una nueva vida.

Era el 1 de mayo y la esposa de Ranoque y sus cuatro hijos subieron a una avioneta Cessna que iba a ser piloteado por Hernando Murcia. Este hombre se había dedicado su vida a la conducción… de coches. Era taxista. Hasta que un día se convenció de que manejar un avión no debería ser muy distinto. La empresa que lo contrató tenía un Cessna que debía ir a control y mantenimiento. Pero ese control podía esperar. Así con un piloto bastante novato y una nave con poco mantenimiento se estaba gestando la tormenta perfecta.

Magdalena Mucutuy la madre de los cuatro niños, la esposa de Manuel Ranoque, tenía miedo. No le gustaba la idea de volar. Y Hernán Mendoza como líder indígena dijo: “No te preocupes Magdalena: yo iré con ustedes”.

Los niños se acomodaron dentro de la cabina como podían.Hernando Murcia, Magdalena Mucutuy y Hernán Mendoza iban en los asientos delanteros. Los niños, atrás.

Ellos eran Lesly de trece, Solecni de nueve, Tien de cuatro y Cristin de once meses.

A poco de levantar vuelo, Murcia vio que todo iba mal. Se comunicó y envió a su manera el “may day” (o señal de socorro). Y eso fue todo.

Le pegaron de punta a unos árboles y luego la avioneta se deslizó hasta casi tocar el suelo. Un golpazo y fin. Listo. No hay más. “Game over”. No va más.

Y ahí empezaron los milagros.

Los mayores habían fallecido (Lo primero que dirá 40 días después cuando los rescaten el niño Tien es clara evidencia del shock que le produjo esto: ‘Mi mamá se murió’) pero los cuatro hermanos estaban vivos. E ilesos. Casi sin raspaduras.

Lesly habrá tocado sus huesos y luego ver cómo estaban sus hermanitos. Y ahí empezó su trabajo. Era la mayor. Así que tenía que hacerse cargo. Fueron bajando al suelo selvático.

¿Qué encontró en la cabina que podían servir? Había varias cosas para llevar. Los pañales de Cristin no podían faltar. Y su mochila iba a servir para llevar varias cosas. También tecnológicas. ¿Por qué no? Había dos celulares. Los puso. ¿Para qué celulares, se preguntará más de uno? Más adelante obtendrá la respuesta.

Y había unas bolitas hechas con fariña, la harina de mandioca (allí la llaman yuca pero es lo mismo) un alimento muy completo y que los huitotos (la etnia a la que pertenecen) comen mucho. Lesly cargó en la mochila el kilo y medio de fariña que tenían en el avión. Es igual a la mandioca de Misiones solo que tiene un color amarillento y la llaman “mandioca brava” porque es más amarga y debe hervirse más tiempo. Pero en esencia, es la misma mandió de los misioneros.

En el avión había un toldillo o carpa para armar. Eso iba a servir también. “Venga para acá”, dijo la niña. Y cuando entrara a faltar esa comida tan apreciada, iban a aprovechar las frutas y más tarde, la que caía del cielo. Como un maná, la fariña que era lanzada en kits por los helicópteros del Ejército Colombiano iba a ser recogida por Lesly y sus hermanos.

La mandioca brava tiene pulpa amarilla por eso la fariña aparece de ese color y tarda mucho en cocinarse. Casi siempre viene en forma granulada. Los indígenas de la región amazónica saben apreciar este alimento que también se cultiva mucho en África y ayuda a paliar mucha hambre. Aunque algunos siguen pensando que es un tubérculo (como la papa) los que viven en Misiones saben muy bien que la mandioca es una raíz y de esa raíz salen muchas exquisiteces en la comida diaria. En los períodos invernales y de primavera están las mejores mandiocas: Almidón, calorías y nutrientes. Lesly fue cargando en su mochila: pañales, fariña, una toalla, dos teléfonos celulares, ropa, una linterna y la carpita para taparse o cubrirse.

¿Qué hacían con los celulares? Sencillo. En las noches silenciosas, la pantalla led se encendía y emitía rayos. Los cuatro niños se entretenían mientras miraban o hacían jueguitos. Una especie de televisor que Lesly llevó para su odisea. La linterna solo se usaba lo mínimo indispensable porque las dos pequeñas pilas no iban a durar mucho.

Cuando se acabó la fariña buscaron frutas. Los restos de una muy parecida al mburucuyá aparecieron para dar pistas.

También habían hallado un par de zapatillitas y el cabezal de un biberón. Y es que Lesly sorprendió a los rescatistas.

Consideran que sus conocimientos de supervivencia son muy amplios – debidos en buena parte a ser huitoto, etnia a la que pertenecen los niños. “Siempre se ubicaban cerca de un río (…) La mayor fue inteligente porque nos dimos cuenta de que escogió la carpita, la toallita, descartables, una linterna con dos pilas y dos celulares, con lo que se distraían por la noche, una cajita musical y las botellas de gaseosa (para cargar agua y beber)”, explicaba Nicolás Ordóñez, el indígena que encontró a los niños, al medio El Espectador.

Los kits de supervivencia lanzados desde los helicópteros no fueron suficientes para sobrevivir, por lo que se vieron obligados a consumir pepas de la palma de seje, unas semillas de las palmeras que al ser aplastadas se convierten en un líquido refrescante. Se las conoce como “milpesos”. En una palabra, probaron con los coquitos.

No obstante, una de las claves fue el juan soco, conocido también como avichure, parecido al mburucuyá, y que consumieron tras seguir la recomendación que les había dado su abuela Fátima. Claro: junto al avión quedaron cuatro días. Allí se alimentaron de los granulados de fariña y algo de fiambre pero después se terminó. Y ahí comenzaron a moverse.

Faltaban aún doce días para que encuentren al avión.

Si se piensa en radios de movimiento, nunca estuvieron más lejos que cinco kilómetros a la redonda…pero ¡qué cinco kilómetros!

Lesly y Solecni recién rescatadas.

Así lo evaluó la pediatra Clemencia Mayorga, para quien el acceso a los dos tipos de fruta y a agua fue fundamental para que los niños estén con vida, pero también el conocimiento de los dos hermanos mayores. “A mí me parece muy importante destacar las capacidades de las dos niñas grandes para cuidar a los niños pequeños. Es clarísimo, para mí, que quien les salvó la vida a los niños pequeños, y especialmente al de 11 meses, fueron las niñas grandes”, le dijo la experta al diario El Tiempo.

Cristin nunca sabrá lo que pasó porque cumplió un año durante la aventura más grande de su vida. Iba en brazos de su hermana mayor. Seguro que le contarán y se verá extremadamente delgada en las fotos de diarios o archivos de internet que se guarden. Pero nada más.

Tien en cambio quizá tenga memorias terribles de esta aventura. Dicen que cuando los hallaron ya no tenían más fuerzas. El único niño ya no podía levantarse por sí mismo. Estaba bajo la carpita y sobre un colchón de hojas de banana. Le dolían mucho los pies y estaba en extremo débil.

Dos aborígenes se acercaron. Como en el desierto pensaron que veían visiones derivadas de un espejismo. Pero no. Estaban las dos hermanas mayores Lesly y Solecni. Y la bebé en brazos de la mayor.

“Oímos el llanto fuerte de la bebé”, dijeron los rescatistas. Y esa fue la señal que los alertó.

Los otros tres ya no tenían fuerza siquiera para gritar o pedir auxilio. Su delgadez asustaba.

Y ahí el hombre se avivó. Y con temor preguntó:

-¿Y tu hermanito? -le preguntó a Lesly.

-Ah… está allá debajo de la carpa, le contestó la chica.

Se acercaron al niño que cuando los vio, apenas puso musitar:

-Mi mamá se murió …

Y luego con una capacidad de resiliencia que asombra al mundo y que es parte de la humanidad, sencillamente dijo:

-Casi no me puedo poner de pie…pero quiero comer… ¿tendrás fariña con chorizo…? ah y si tenés arroz con leche, también…

(…)

Sí, ahora corretean por el hospital. El varón es el más activo: quiere que se acaben los pinchazos y volver a la vida.

Pero en la selva el drama aún no finalizó.

Wilson fue uno de los perros involucrados en la búsqueda. Los encontró. Estuvo con los cuatro niños. Fue después del 20 de mayo. Los acompañó. Lesly lo nombró enseguida tras ser hallados. Wilson fue importante para la búsqueda.

Pero luego desapareció. Los militares lo llegaron a ver pero huyó de ellos. Ahora apuestan a recuperarlo llevando hembras en celo.

Quizá pueda haber otro milagro en la selva amazónica. Solamente quizá.

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