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Written by 2:22 pm Notas de opinión, Política

Por los bosques nativos y en defensa propia

bosques nativos

El otro día era de esos en los que uno no aspira a nada más que a esperar. No tomar partido, mirar desde retaguardia como Roma arde mientras Nerón toca la lira. Y lo justificas diciendo que esta la jueguen los que siguen, respiras profundo hasta que todo te importe un huevo o asumís una postura estoica y que lluevan rayos hasta que uno te parta al medio. Cada cual con su método. En esas andaba hasta que un colega me envió un título del sitio de noticias del Doce que me arrancó de esa prudente distancia: “Por qué la Ley Ómnibus pone en peligro la selva misionera y el turismo”.

Por Fernando Oz.

En resumidas cuentas, el artículo dice que Milei demolerá el presupuesto que el Estado destinaba a la conservación de bosques nativos y habilitará el desmonte en las zonas de bajo y medio valor de conservación. Lo que significa que la motosierra de los liberales va a arrasar, al estilo Bolsonaro, con uno de los pulmones verdes más importantes de América del Sur. A lo que habría que agregar el puntito aquel de la venta de tierras a extranjeros. ¿Se imaginan lo que podría llegar a suceder con el principal recurso que tiene la provincia? Me están cascoteando el jardín.

El país no se lo merece, la provincia mucho menos. Quisiera ver quiénes son los
energúmenos que van a apoyar semejante locura. Creo que los que sí lo harán son los mismos que en Misiones piden bajar los impuestos, pero nada dicen del impuestazo que aplicó Caputo, el mismo tipo que fue a golpear la puerta al FMI durante el gobierno de Mauricio Macri.

Acomodemos los tantos. Después de sacudirse del puertismo y de cerrar el capítulo de endeudamiento de fines del siglo pasado, Misiones comenzó a transitar el camino del equilibrio fiscal. Es decir, lo mismo que ahora plantean los libertarios. Pero lo provincia lo hizo de manera diferente, recortando donde había que hacerlo y sin afectar el bolsillo de las mayorías. Simplemente se ajustó de manera responsable y se mantuvo fija la idea de no gastar más de lo que se recauda ni financiar las erogaciones corrientes con deuda bancaria, además de sostener un esquema tributario firme y sano.

Haber mantenido esa ecuación en línea nos permitió asemejarnos al ideal de los países previsibles, pese a los descalabros que hicieron los diferentes gobiernos nacionales, especialmente los dos últimos, y que irremediablemente nos golpea por izquierda o por derecha. Entonces, porqué nos quieren cascotear el jardín.

La oposición en Misiones se quedó sin discurso y lo mismo va a pasar cuando los que pedían el fin del intervencionismo estatal pidan a gritos que el Estado, ese que se escribe con mayúscula, nos venga a sacar del desastre. Es que esto ya ha sucedido muchas veces.

Por lo general, tras los desastres naturales, los enfrentamientos civiles o en las posguerras, es decir después de las grandes catástrofes, las posiciones más autoritarias, preocupadas por el orden público, y las más humanistas, centradas en la desigualdad, logran coincidir en la necesidad de que el Estado se haga responsable y actúe en beneficio de todos. Es que los discursos en defensa del no intervencionismo siempre se vuelven insostenibles cuando las crisis sacuden a todos por igual.

Sin ponerlo desde una perspectiva histórica, sin ponerle algodones, sonaría terrible decir que esos cimbronazos, con elevadísimos costos humanos, terminaron trayendo muchos progresos. Primero fueron las ideas de libertad, igualdad, legalidad, luego llegaron los derechos políticos y sus progresivas ampliaciones, hasta que se crearon las primeras redes de apoyo asistencial, los sistemas de seguros de enfermedad, accidentes y pensiones de vejez e invalidez, etcétera.

Esos miles de años de trasiegos sociales nos dejaron como enseñanza la necesidad de combatir la desigualdad para mantener los cimientos de una sociedad democrática, donde el Estado garantiza los derechos y libertades individuales y cada ciudadano contribuye según su capacidad y recibe según su necesidad. Lo que se traduce en la existencia de servicios públicos para todos los miembros de la comunidad y de impuestos con los que también todos participan sosteniendo el sistema.

Pero cada tanto los defensores del no intervencionismo regresan. Primero imponen
discursos que deslegitiman el rol del Estado y luego proponen rebajas impositivas que nunca llegan. Olvidan que la finalidad de la recaudación es financiar los servicios públicos y que, en consecuencia, ese dinero no es del Gobierno ni de nadie, sino de todos, y sin impuestos, no hay sistema público que se pueda sostener.

Son irresponsables. Primero porque envían a la ciudadanía la idea de que uno de los
principales cimientos del sistema es dañino para sus intereses, erosionando su confianza en él. Segundo porque engañan. No todos podrían pagar con el dinero de su bolsillo una educación universitaria, las infraestructuras de su ciudad, un equipo de seguridad, una operación o un tratamiento de cáncer.

No deberíamos tener que llegar al desastre para recordar la importancia del Estado.
No podemos ser tan ignorantes a estas alturas. La sanidad, la educación universal, son servicios públicos, como también lo son las infraestructuras, la limpieza o la seguridad ciudadana y la jurídica. Quien vive una situación más cómoda no la vive en el vacío, sino en una comunidad de la que se beneficia de manera directa e indirecta y donde la situación ajena incide en la propia. Por lo tanto, esta columna es en defensa propia. Así, a secas.

(*) Escritor, periodista y licenciado en Relaciones Internacionales. Grupo Atlántida.

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