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Written by 7:00 am Notas de opinión

Amar es dejar aparecer al otro

(*) María Rita Nahúm

“Amar es dejar aparecer al otro”. Cuando pienso en este profundo concepto acuñado por el gran Maestro Humberto Maturana, esta nueva dimensión del Amor se me presenta como una invitación a la vida. Legitimar al otro, valorar su “otredad”, transformar la mirada con la que observo su peculiar manera de ser y de hacer, se vuelven un desafío a las viejas creencias de separatividad y exclusión.

“Aparecer” se nos ofrece, entonces, como una mutua oportunidad de habitar el encuentro. Más allá de todo aquello que nos hace distintos, la posibilidad de disentir se torna un punto de apoyo para construir una relación rica en la múltiple oferta de la  diversidad. Es que, llegado el tiempo de acortar distancias y revelar nuestra vastedad, debemos decidir si escondemos el corazón o salimos al mundo abriéndonos confiadamente a la poderosa propuesta del presente. Así, elegimos construir haciendo pie en el camino que las emociones entretejen, mientras aramos el surco de las inquietas aguas de la incertidumbre.

Aprender a habitar el desconcierto, la inseguridad o la tristeza, hacerles un lugar dentro nuestro y mirar desde allí las certezas que limitan o amplían nuestros pasos, es parte del juego relacional en el cual decidimos vernos desde el miedo o desde el amor. A partir de la aceptación de nuestra humanidad, podemos convertirnos en socios de la posibilidad de amarnos, desde una emoción madura que elige, más allá de querer, que impulsa el cambio, más allá del temor. Tomar conciencia de nuestros bordes, definir lo que queremos conservar y lo que estamos dispuestos a soltar para afianzarnos en el espacio común, es también un amoroso ejercicio de adaptación a través del cual le damos la bienvenida a la presencia del otro en nuestra vida.

Amarme es dejarme aparecer a mi

Visualizarme en un contexto de inclusión, donde el otro se relaciona conmigo y ambos trabajamos para generar un espacio común con reglas claras y sostenidas, es un desafío que me invita a hacer foco en el vínculo. ¿Qué solemos mirar a la hora de disponernos a  interactuar? ¿Desde dónde miramos al otro cuando intentamos construir futuro? ¿Cuáles son las emociones que determinan esa manera particular de actuar frente a las situaciones que me “desvinculan”?. Las preguntas suman miradas ante la fuerza incontrastable de lo cotidiano, ese espejo en el que nos miramos para descubrir que mucho de lo que decimos se distancia de lo que hacemos para permanecer juntos.

Ante la pregunta de: cuál es el motor que mueve tu vida, el que te impulsa, el que te motiva y justifica cada uno de los esfuerzos, que haces cada día para avanzar en tu vida; la inmensa mayoría de los participantes de mis entrenamientos responde sin dudarlo que es la familia. Sin embargo, cuando la pregunta gira en torno de las tareas cotidianas, son muy pocos los que accionan de acuerdo con lo que sienten, es decir que la gran mayoría prefiere ocupar la mayor parte de su tiempo realizando tareas en exceso en una actitud que responde a otros intereses que distan sustancialmente de lo señalado con anterioridad.

Una ventana a la esperanza

Si entendemos la esperanza como la certeza de que lo imposible puede hacerse posible, la aceptación de la diversidad y de la imperfección propias y ajenas, aparece por lo menos aliviada a la hora de decidir si ese motor impulsor está dentro de mí y si puedo contar con él para diseñar el futuro común. Rafael Calvet, que trae el concepto del bienvivir, se plantea la disyuntiva entre la posibilidad de tener razón y la de salvar una relación y afirma que “si puedo ver el futuro con esperanza, puedo caminar con confianza, serenidad y agradecimiento, aprendiendo a gozar de los buenos momentos y a gestionar los malos“, lo cual nos aparece como una valiosa ingeniería relacional que facilita la aparición del coraje, la valentía y la humildad que nos dejan a mano el  buscar y pedir ayuda en ese otro que se nos APARECE como una concreta posibilidad de poderosa interacción.

¿Con quién vamos a elegir florecer?

Cuando escuché esta pregunta en la boca de Marcelo Krynski a la hora de reflexionar acerca de nuestras habilidades para desarrollar nuevas perspectivas relacionales, la alegoría de la semilla cayendo en tierra fértil cobró un nuevo sentido. Krynski  nos trae el concepto de “amar hasta convertirse en el amor” y nos interna en las dimensiones de la pregunta acerca de la implicancia de poder vivir en una relación en la que hay confianza para cuidarnos unos a otros, para florecer en lo que él llama “el talento emergente del vínculo”. Me conmueve esto de pensar en un vínculo al que elijamos desplegar desde la alegría de un encuentro para cuya ingeniería nos hemos dado al  oficio de ser arquitectos y obreros de la mutua construcción.

En ese punto, la construcción de puentes que faciliten futuros viviendo “presentes con intención”, con sentido de trascendencia, convirtiendo a cada instante en un valioso aprendizaje, se vuelve multidimensional en el planteo de Juan Vera, que nos desafía a ser “articuladores de lo posible”. Vera apela a nuestra capacidad de colaborar y convivir creativamente en el disenso, coordinando acciones y generando conversaciones que nos legitimen y visibilicen los unos con los otros, potenciándonos y colaborando en la recuperación del diálogo que esconde la fuerza que abre las puertas de lo impensado. Así, rescata el “arte de articular el diálogo de los distintos”, pensando juntos, conectando orillas en el devenir de las conversaciones que nos dejan disponibles escenarios más amables para elegir crecer valorando el disenso como un rico abanico de nuevas alternativas de acción.

Explorando el equilibrio

Parvathi Kumar, un maestro hindú, nos habla del equilibrio como un espacio de plenitud, aquél en el que podemos desplegar las alas confiando en la capacidad de  resolución que subyace en nuestro interior. A la luz de lo que hemos reflexionado, me atrevo a agregarle que esa confianza nace de saber que no volamos solos, que la presencia del otro resulta en una inmensa posibilidad, que la interacción enriquece el vuelo y que danzar, acompasar, vibrar junto con el otro, asegura la riqueza de un viaje interior que nos invita a una nueva dimensión de las relaciones humanas, aquella en la que el  mundo se nos aparece como un atractivo campo de aprendizaje y que percibimos más seguro porque sabemos que caminamos en compañía, porque juntos, podemos reescribir una historia de encuentros poderosos e inspiradores que nos faciliten abrir nuevas puertas con las ancestrales llaves del coraje y la empatía y el poderoso impulso del amor. 

(*) Periodista y Master Coach

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