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Written by 10:47 am Cultura, Información General, Sociedad, Tecnología

El arte en la era digital bajo la mirada de Hernán Borisonik

En diálogo con Canal 12, el autor habló de su nuevo libro Persistencia de la pregunta por el arte. La obra se centra en la transformación del arte en el siglo tecnológico. Cruces e implicancias en la vida cotidiana.

Hace pocos meses, Hernán Borisonik publicó un nuevo libro, llamado Persistencia de la pregunta por el arte. Es el tercero que escribe este doctor en ciencias sociales de la UBA, profesor en la UNSAM e investigador del Conicet, y lo hace después de haber obtenido el Segundo Premio Nacional de ensayo filosófico (otorgado por el Ministerio de Cultura de la Nación) en 2020. En una entrevista exclusiva para DOCE Misiones, respondió sobre algunos de los puntos centrales de este texto que apunta al corazón de los problemas más importantes del siglo XXI.

¿De qué se trata Persistencia de la pregunta por el arte?

Hernán Borisonik: En las últimas décadas hubo una tran transformación alrededor del arte. Tanto la idea de obra como la de artista y de público mutaron debido a varios factores, como la democratización del acceso a determinados bienes culturales, a la incorporación de nuevas voces a los espacios institucionalizados, a la digitalización de muchas experiencias que eran solamente presenciales o a la influencia del mercado y la aparición de actores intermedios (curadores, galeristas) con intereses específicos. Frente a todas esas novedades, este libro surgió por la necesidad de pensar qué pasa con el “hecho artístico” (si es que se puede hablar en abstracto de algo así como un “hecho artístico”) y cuáles son las pulsiones y expresiones que las artes visuales y sus prácticas canalizan en el siglo XXI.

Tal y como plantea tu libro, estamos viviendo un escenario de la digitalización de la vida humana, dando un paso hacia otra forma de entender las relaciones entre las personas. Concretamente, ¿Cuáles son las principales características de este momento? ¿Cómo afecta nuestra vida cotidiana?

HB: La digitalización de la experiencia vital es un proceso que lleva ya un tiempo considerable y que, efectivamente, viene afectando (y promete hacerlo mucho más aún) las relaciones humanas, no sólo entre las personas sino también con el entorno, con los demás seres vivos, con el planeta y con la tecnología.

Diría que, por un lado, esto trae una aceleración de los tiempos. Los bienes culturales digitales (o digitalizados) se mueven a la velocidad de la luz y penetran en los dispositivos móviles permanentemente. Hay una relación directa entre inclusión digital, vigilancia total y posibilidades de manipulación de las opiniones. El hecho de que todo lo que hacemos (o no hacemos), lo que decimos, miramos, expresamos con gestos o palabras pueda ser capturado, clasificado y estandarizado por plataformas digitales modifica enormemente la capacidad de respuesta individual y colectiva a los problemas cotidianos. Las tecnologías digitales y sus vínculos con la mediación de algoritmos e inteligencias artificiales hacen que muchas cuestiones se puedan hacer más rápida y sencillamente, aunque a la vez suponen un riesgo a la hora de poder tomar decisiones que requieren tiempos más largos y reflexiones complejas.

Por otro lado, las relaciones a través de medios digitales habilitan una sensación de inmediatez, inmaterialidad y literalidad entre los deseos y los actos que pueden priorizar muchas reacciones y evitar que tomemos consciencia de cuestiones fundamentales, como el gasto energético y el daño medioambiental que implica el mantenimiento de esas redes que, en muchos casos no ofrecen más que entretenimiento y dispersión.

En el contexto digital, el valor y la autoría de las imágenes se vuelven términos muy relativos. Todo el mundo quiere estar en los medios sociales (y, de algún modo, todo el mundo puede). Pero para los algoritmos, es la “carne” debajo del artista la que interesa. Desde el punto de vista de las plataformas, cualquier forma de “estar” en internet es igualmente valiosa y se convierte en “contenido”.

Hernán Borisonik

¿Cómo ves los cruces actuales entre tecnologías y arte?

Los vínculos entre tecnología y arte tienen una larguísima tradición. De hecho, en griego antiguo el término techné se usaba tanto para la técnica como parta el arte. Una de las particularidades de la época actual es que ese cruce es casi omnipresente. Incluso quienes no se dedican a las artes digitales pasan en algún momento de sus obras por lo digital (desde renders a fotos y registros, desde búsquedas en internet a posteos en redes sociales). Además de eso, hay una historia reciente muy rica de artistas y grupos que se dedicaron específicamente a las artes electrónicas, mediales y digitales.

Al mismo tiempo, me interesa mucho prestar atención a ese vínculo en el sentido inverso al que se suele pensar: no cómo se usa la tecnología desde el arte, sino cómo mira la tecnología a los y las artistas. Como ya lo señaló Boris Groys, desde que internet se convirtió en el lugar en el que se da simultáneamente la producción y la exposición del arte, así como los contextos de interacción se modificaron radicalmente. En el contexto digital, el valor y la autoría de las imágenes se vuelven términos muy relativos. Todo el mundo quiere estar en los medios sociales (y, de algún modo, todo el mundo puede). Pero para los algoritmos, es la “carne” debajo del artista la que interesa. Desde el punto de vista de las plataformas, cualquier forma de “estar” en internet es igualmente valiosa y se convierte en “contenido”. Hacer circular arte, mirar fotos de comida, viajes, violencia o frases hechas son acciones casi equivalentes en el espacio digital. Lo fundamental, desde esa perspectiva, es captar la atención la mayor cantidad de tiempo posible y lograr interpretar los intereses, deseos y necesidades de cada usuario.

La circulación permanente de todo tipo de imágenes en medios digitales hace que se vuelvan virtualmente indistinguibles el arte y el diseño

Eso nos remite otro tema que trabajás bastante en el libro, que es la distinción (o no) entre diseño y el arte…

Claro. La circulación permanente de todo tipo de imágenes en medios digitales hace que se vuelvan virtualmente indistinguibles el arte y el diseño. En el mundo contemporáneo, hay muchas opiniones, teorías y posiciones que plantean que esa diferencia ya no tiene peso y que no es importante plantearla. Sin embargo, y más allá de qué nombre se le asigne a una cosa (“arte” o “diseño”), pienso que hay un sesgo importante en relación a la finalidad con la que la cosa es concebida y producida. Para decirlo resumidamente, el diseño nace para perfeccionar algo, para hacerlo más fácil, para venderlo mejor, etc. Las piezas de diseño están hechas con uno o varios objetivos, pero siempre responden a una idea o necesidad que está antes. Las obras de arte, al contrario, surgen y se desarrollan sin la obligación de cumplir con algún fin. De modo que hoy podemos llamar obra de arte a una torta, a una silla o a una imagen “linda”, pero eso no quita que hayan sido hechas con un objetivo (comer, sentarse, disfrutar). Creo que esa distinción puede ser útil para pensar tanto las formas del consumo cultural como las propias prácticas de quienes se dedican o viven del arte.

¿Y cómo afecta eso a las prácticas artísticas actuales?

Este es uno de los temas centrales del régimen del arte actual y el libro está motivado, en gran medida, por una reflexión sobre eso. Si bien muchas herramientas (sobre todo digitales) están hoy a la mano de casi cualquier persona y eso supuso una democratización (pero agrego: de baja intensidad) de las posibilidades de acceso al arte, al mismo tiempo es cierto que no todas las personas que quisieran vivir del arte pueden hacerlo.

Es un tema muy complejo, pero diría que hay aún algunos espacios que pueden servir para revitalizar prácticas artísticas que se opongan al manejo casi unidireccional sobre la circulación de obras y formas del arte. Por un lado, la recuperación de espacios colectivos. Durante la pandemia de COVID, en nuestro país surgieron redes como “Artistas Visuales Autoconvocades Argentina” que plantean formas concretas de lidiar con las instituciones públicas y privadas en las que se trabaja con obras de arte. Asimismo, nos resta pensar de qué modo podríamos avanzar en acciones conjuntas que permitan trascender la lucha por la mera supervivencia de quienes crean. Y también ponderar qué es eso que nos sigue inclinando a querer producir y admirar obras de arte y cómo contrarrestar el impulso a incluir cualquier creación en los mecanismos automatizados del etiquetado y la valorización financiera.

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