
Durante mucho tiempo, hablar de “orden” era visto como un gesto conservador. Y hablar de “comunidad”, como una bandera romántica. Pero este nuevo tiempo político —más crudo, más directo, más demandante— nos muestra que sin orden no hay garantías, pero sin comunidad no hay proyecto.
La sociedad está pidiendo reglas claras, responsabilidad institucional, austeridad, resultados. Pero también sigue necesitando espacios donde sentirse parte, donde no prime la ley del más fuerte, donde lo colectivo no desaparezca detrás de la eficiencia. El gran desafío de quienes asumimos responsabilidades en este contexto es articular esas dos demandas: un Estado más ágil, más serio, pero también más presente y más humano.
En Misiones ya venimos demostrando que eso es posible. Que se puede avanzar hacia una política más ordenada, sin por eso resignar cercanía. Que se puede modernizar la gestión, sin perder de vista que muchas veces el primer alivio de una familia no es una cifra macroeconómica, sino una respuesta concreta del Estado local. Con políticas públicas pensadas desde el territorio, con innovación aplicada a problemas reales y con un modelo que eligió seguir construyendo sin estridencias, la provincia encarna una forma distinta de hacer política: con responsabilidad, pero también con sensibilidad.
El orden no debe ser sinónimo de frialdad. Ni la comunidad puede ser excusa para el desorden. En un escenario donde muchos dudan del valor de la política, la verdadera innovación está en volver a hacer bien lo básico: escuchar, actuar, cumplir.
Los jóvenes no pedimos milagros. Pedimos coherencia. Queremos trabajar, aportar, crecer en nuestro lugar. Y no estamos esperando: ya somos parte. Somos una generación que se forma, que ocupa espacios, que impulsa soluciones reales y que empuja cambios sin esperar permiso.
Acá todos tenemos un rol. Los problemas no son de “otros”, ni de “los que gobiernan”, sino que nos atraviesan como sociedad. Involucrarse en la realidad de la propia comunidad es, tal vez, la forma más concreta y transformadora de hacer política. Sin necesidad de banderas, ni de cargos. Solo con voluntad de hacerse cargo de lo que nos duele y de lo que queremos mejorar.
Orden y comunidad. Eficiencia y humanidad. La política que viene tiene que animarse a ser ambas cosas al mismo tiempo.
(*) Ornella G. Beccaluva, abogada.