Una cucharada de historia y patria
El 9 de julio no solo recuerda la Declaración de la Independencia en 1816, sino que también convoca al ritual gastronómico que hermana a todo el país: el locro criollo. Esta preparación, con raíces precolombinas, sobrevive al paso del tiempo como una de las comidas típicas más representativas de la identidad nacional. En Posadas, como en muchas otras ciudades argentinas, la fecha se vive con el corazón en la bandera, y la panza lista para una buena porción de este guiso patrio.
El locro mezcla ingredientes nobles: maíz blanco partido, porotos, zapallo anco, cortes de carne vacuna, panceta, patitas de cerdo, chorizo colorado y verduras varias. Se cocina a fuego lento durante horas, hasta que el almidón espesa el caldo y las carnes se deshacen con el tenedor. Pero el toque final lo da la tradicional salsa: cebolla de verdeo, ají molido, pimentón y aceite caliente que corona cada plato.
En Posadas, la costumbre se renueva año a año. Familias que madrugan para encender la olla en el patio, clubes de barrio que organizan locreadas solidarias, parroquias que convocan a la comunidad, y rotiserías que anuncian por redes sus porciones limitadas. El locro del 9 de julio es una excusa para encontrarse, aunque sea alrededor de un táper de telgopor caliente.
“Lo hacemos en casa con mi mamá desde que tengo memoria”, cuenta Daniela, vecina de Villa Cabello. “Se empieza bien temprano y se revuelve toda la mañana. Cuando está listo, ya llega la familia con pan casero y vino tinto”. Para muchos, la preparación es tan importante como el resultado: una ceremonia de transmisión cultural y amor familiar.
Dónde probar el mejor locro en Posadas
Aunque cada casa tiene su receta “infalible”, en Posadas se multiplican las opciones para disfrutar un buen locro sin tener que cocinar. Este año, las porciones rondan los $5.000, pero algunos menús más completos –que incluyen empanadas, vino y postre de queso y dulce– se ofrecen por hasta $18.000. Eso sí: conviene reservar con anticipación.

En redes sociales y estados de WhatsApp, los anuncios circulan como pan caliente. Desde los tradicionales locales de comida hasta emprendimientos sociales, todos compiten por ofrecer la mejor versión. Algunos destacan por lo abundante, otros por lo cremoso, otros por lo picantito justo. La clientela elige con base en la experiencia y las recomendaciones boca a boca.
“El secreto está en el maíz”, aseguran otros locreros experimentados y dicen que hay que dejarlo en remojo desde la noche anterior, y no apurarse con la cocción. El locro no se hace con apuro.
Varias parroquias de la ciudad también impulsan la venta de locro para recaudar fondos, al igual que organizaciones sociales que aprovechan la fecha patria para unir sabores y causas. En algunos barrios, se cocina en ollas enormes al aire libre, y la gente llega con sus tuppers desde temprano para no quedarse sin porción.
Y para quienes prefieren sentarse a la mesa sin preocuparse por nada, los restaurantes de Posadas también suman esta propuesta criolla al menú del feriado. En la mayoría de los casos, es posible comer allí o pedir para llevar. Algunos incluso ambientan el salón con banderitas celestes y blancas, mientras suenan zambas o chacareras de fondo.

Una tradición que trasciende el plato
Más allá del sabor y la contundencia del plato, el locro del 9 de julio evoca pertenencia. Es una tradición que se vive con todos los sentidos y que despierta un orgullo sencillo: el de seguir celebrando la independencia con costumbres propias. Cocinar locro es honrar la historia desde lo cotidiano.
En Posadas, donde la diversidad cultural es parte del ADN local, el locro convoca a compartir una identidad común. Una fecha para recordar a quienes lucharon por la libertad y para agradecer que, siglos después, todavía podamos celebrarlo en comunidad, con cucharón en mano.
Así, entre porotos, calabaza y panceta, el 9 de julio se vuelve una fiesta que se huele desde las cocinas, se escucha en los saludos al pasar, se saborea en cada bocado y se guarda en la memoria hasta el próximo año. Porque si hay algo que nos une como argentinos es ese guiso espeso, humeante y lleno de historia: el locro criollo.
© Imagen de portada: Marcos Otaño